A la pregunta de quién hubiera deseado conocer de entre las numerosas personalidades de interés del siglo XX, Picasso era el primero que mencionaba en la adolescencia. Por alguna razón, lo imaginaba como alguien entrañable, divertido, un mago de mirada viva y penetrante. Los genios, rara vez son todas esas cosas, con un mundo interior alejado del común de los mortales y ajenos a muchas realidades cotidianas de los que se sienten poco concernidos. Este año suma medio siglo desde su desaparición. Parece que haya pasado en un soplo, comparado con la inmensidad de su obra y de su vida.
En el National Gallery de Londres, dos de sus obras, tan distintas y precoces, ya sostienen a ellas solas la inmensidad del talento de su autor. Picasso pinta sobre la maternidad, un tema tan fundamental como profundo, con apenas 20 años y lo hace con un savoir faire en la forma como con una delicadeza de fondo impropia de esa edad. Apenas muy pocos años después, su evolución y la influencia del cubismo en su obra es sorprendente.
Picasso estudió desde muy temprano maestros pasados y contemporáneos, los hizo suyos primero, emulando académicamente con dedicación y maestría, un saber hacer que le venía, en parte, de familia, pero también de un interés genuino por las corrientes en las que vivió a su alrededor y de un trabajo incesante. Sin embargo, les otorgó su propia identidad, plasmando sus inquietudes, sus intereses, su enorme personalidad.
Y todo ello lo hizo reflejando el respeto y el interés hacia sus pares; un camino largo y copioso, en el que las circunstancias de su larga vida y una constancia incansable hasta su muerte, hacen de él, probablemente el artista contemporáneo más prolífico de todos los tiempos.
En el museo de Barcelona que lleva su nombre, entro algunos otros, se puede descubrir en parte al Picasso amigo de sus compañeros, al hijo de su padre, al niño y al joven que fue y las influencias de donde vivió ya en Málaga, en A Coruña, en Barcelona y más tarde en París y en la costa Azul Francesa, su interés por los ambientes que frecuentó. Todo ello se refleja en su obra, casi toda pictórica aunque no exclusivamente.
Picasso no se limitó nunca, ni en los estilos ni en los materiales, y trabajó la pintura en lienzos pero también el dibujo, la cerámica, la escultura. Sus estudios reflejan sus obsesiones y sus gustos a veces por temas aparentemente simples como por los más complejos.
Prueba de ello son sus estudios sobre paisajes con palomas, o sus decenas de interpretaciones de las Meninas de Velázquez, uno de tantos maestros que fascinaba al genio y que homenajeó a través de su propia obra.
Sus obras de los inconfundibles años modernistas y bohemios en Barcelona y en París y de magníficos retratos de corte impresionista se admiran junto con las más realistas. Por momentos, es difícil no preguntarse si estamos contemplando obras del mismo artista. Como ejemplo, los colores y estructuras que dan vida a los bodegones de Picasso son medicina para el estado anímico, y eso es, ya de por sí, una hazaña.
Más allá de su interés por la obra de sus congéneres y de temas clásicos como los de cada corriente en la que vivió y que supo plasmar de forma sublime, Picasso refleja en su obra inquietudes profundamente personales en sus años posteriores. Sus gustos por el ocio de algunas tradiciones como las corridas de toros -como recreo y lugar de encuentro-, las mujeres- sobre todo las que compartieron su vida-, su círculo de amistades tan versátil, su preocupación y rechazo por ideologías políticas castrantes y por la falta de libertad, que le llevaron a vivir exiliado en distintos lugares inspiradores de Francia hasta su muerte a pesar del arraigo y del amor hacia su país, el sufrimiento de la guerra, todo ello lo reflejó y logró transmitir de manera universal, como un artista – también – engagé.
Picasso plasmó su arte con un aplomo que no deja lugar a dudas sobre su libertad, sus sentimientos de cada momento - y a veces incluso- de su resentimiento. Su obra puede ser apreciada tanto en la belleza de la forma como en el desgarrador fondo que a veces la habita.
Su imagen vestido de marinero retratado a través de una ventana con sus ojos de frente, penetrantes, risueños, son la de ese amigo del legendario fotógrafo Doisneau. Su correspondencia con escritores de la talla de Cocteau, de Apollinaire, de Casagemas, de Reventós, entre otros, dicen mucho de sus afectos y del hombre conectado al mundo intelectual universal como parte de su universo artístico. Las imágenes familiares y relajadas con sus hijos pequeños, la pasión con la que sus amantes le admiraron, a veces hasta el extremo, sus preocupaciones políticas, sus contradicciones, son algunos ejemplos que demuestran que el genio, fue, ante todo, humano.
No iba yo tan desencaminada en mi naïveté de juventud por el anhelo imposible de haber visto al genio, in fine no tan ajeno a temas cotidianos y terrestres. Y quizá era ese ser, demasiado humano, el que más me atraía, en la adolescencia. Mucho antes de conocer la magnitud y la genialidad de su obra universal, que en este aniversario, especialmente, seguimos celebrando en todo el mundo.